
Durante el siglo XIII, la pintura, así como la arquitectura, han ido transformándose. El periodo gótico no es un tiempo estancado; es uno de los momentos más dinámicos de la historia del arte. Naturalmente los cambios se van dando de manera gradual.
Durante la Edad Media, los artistas y artesanos aprendían ciertos modos de representación que les facilitaban el trabajo de composición de sus obras. Por ejemplo: para representar las escenas de la pasión de Cristo, sencillamente se dividía el espacio disponible y se representaban las estaciones de manera que fueran fácilmente legibles. A esta manera de componer hay que sumar la decoración y ostentación en el ornamento del que hace gala el periodo gótico. Los grandes señores, nobles y burgueses, encuentran en las obras que encargan, modos de autocomplacencia. La representación de un paisaje conocido, de la iglesia de la ciudad, incluso del interior de una vivienda se convierten en herramientas de identificación importantes. No hay que olvidar que estos mismos señores se hacían retratar en los polípticos que encargaban, como donantes.
Todos estos elementos unidos, van produciendo una pausada pero segura senda que recorren los artistas en la búsqueda de un mayor naturalismo, de un mayor y mejor reconocimiento del mundo en la obra. Sin embargo, son hombres de su época. No por innovar en un sentido dejan a un lado los modos que han sido sustento de su arte por tanto tiempo. De esta manera, lo que surge es una mezcla muy interesante entre los modos antiguos, medievales y los nuevos requerimientos de una sociedad y una cultura en plena transformación.



En las imágenes que acompañan estas líneas podemos ver algunas de estas facetas de la pintura de Giotto, que hay que disfrutar aún por encima de sus descubrimientos en la representación de las figuras en profundidad:
La atención al detalle, el énfasis en el uso de la línea de contorno que separa las figuras unas de otras y del plano, el decorado de los objetos, que los aísla del entorno, el uso del color, etc.